La polémica estalló cuando salieron a la luz declaraciones de la exgobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, sobre su deseo de tener una especie de Gestapo para “hacer pelota a todos los sindicalistas”. Cristina Sotile abordó con ironía estas declaraciones: “Yo cuando era chica quería una bicicleta”, comparando la ingenuidad de un deseo infantil con las peligrosas implicaciones de una afirmación de tal calibre en el ámbito político. Sotile destaca que estas expresiones no son meramente “algo que nos tenga que producir risa”, sino un indicativo grave de cómo se perciben y se planean las estructuras de poder.
Las grabaciones secretas y el espionaje entre colegas, así como las denuncias recientes de Juan Grabois sobre una “gestapo macrista” operando en Buenos Aires, formaron parte central de la discusión de Sotile. “No solamente a los… trabajadores de la economía popular y todo esto, dirigen las actividades de espionaje”, explicó, sino también a empleados del Estado que ven sus “sitios de Facebook, espiados, se les reprochan cosas que escriben”. La habitualidad con la que estas acciones parecen ocurrir pone en relieve un intento sistemático por parte de algunas administraciones de vigilar y controlar a aquellos que disienten, o que potencialmente podrían hacerlo.
La histórica referencia a la Gestapo, la temida policía secreta del régimen nazi, no es meramente retórica en este caso, comenta Sotile. Con la misma claridad y discrecionalidad que caracterizaba a la Gestapo alemana, las políticas actuales de espionaje y persecución “coinciden con este manejo” en el que presionar a los opositores se convierte en una práctica institucional. “Que digan si son K, que digan”, era un grito que pretendía destapar ideologías y así deslegitimarlas y ejerciendo esa discrecionalidad de la que Sotile trata.
El foco de Sotile en su análisis es también una crítica al rol del capital en estos movimientos. Desde la Revolución Industrial, las organizaciones sindicales siempre han sido una espina para aquellos que “ponen los medios de producción”, precisamente porque “el trabajo humano… es el que genera la riqueza”. La narrativa históricamente impuesta por las élites capitalistas es desmontada cuando se toma en cuenta que “es el trabajo el que produce la riqueza”, no meramente el capital.
Este miedo al poder organizado de los trabajadores se traduce hoy en día en intentos directos de desmantelar las estructuras sindicales, visto como un método efectivo para mantener el status quo de poder. Sin embargo, Sotile advierte de las consecuencias de tal eliminación: “Si se eliminan los sindicatos, volvemos a la época feudal… donde el poder absoluto está ocupado por el capital concentrado y globalizado”. La visión de Noam Chomsky a la que hace referencia Sotile, de un mundo donde el Estado es solo un “mero administrador” de los recursos para el capital, parece más presente que nunca si se siguen estas políticas de deslegitimación de las organizaciones sindicales.
Sotile aborda también las críticas comunes a los sindicatos, sugiriendo que no se debe juzgar a la entidad por los individuos que la integran en momentos específicos, sino por el papel vital que desempeñan en la protección de derechos. Bajo este argumento, la existencia de los sindicatos se convierte en una defensa esencial contra un mundo donde “el sujeto de derecho siempre es un problema” para los poderes económicos.
La reflexión es concluyente: el peligro que representa el debilitamiento tangible y las acciones en contra de las organizaciones sindicales tiene consecuencias que van más allá del ámbito laboral, afectando la estructura democrática misma y la protección del individuo como un sujeto de derechos. Sin estas instituciones, el camino al que nos dirigiríamos es “un sistema de exclusión programada”, donde “solo sobreviven los que tengan que sobrevivir”.
Con esta perspectiva, Cristina Sotile no solo arroja luz sobre el contexto actual, sino que invita a repensar la importancia vital de las organizaciones sociales y laborales en mantener el equilibrio de poder en una democracia sana. En última instancia, llama a la resistencia y la reafirmación de la solidaridad laboral como un baluarte frente a las presiones neoliberales extremas que buscan devolvernos a una “nueva Edad Media” socioeconómica.