Restauración del Cementerio de la Recoleta: Un Paseo por la Historia que Revela Disputas de Memoria

Restauración del Cementerio de la Recoleta: Un Paseo por la Historia que Revela Disputas de Memoria

La historia de la Recoleta, siendo el cementerio más antiguo del país, fundado “en la zona norte de la ciudad”, no es solo un archivo de los que alguna vez modelaron la sociedad nacional, sino una narrativa compleja sobre el poder, la cultura y las diferentes ideas de nación que han coexistido y competido por su lugar en la memoria colectiva. “¿Qué es lo que queremos conservar?” pregunta Sotile al desmenuzar el significado detrás del titánico proyecto de restauración. Esto, sostiene, nos lleva a confrontarnos con los hilos que tejen nuestro relato nacional, ya que “conservar 200 años de historia” es en sí una declaración sobre aquellas figuras históricas que se eligen perpetuar.

Las figuras seleccionadas para la restauración —incluyendo a Pueyrredón, Sarmiento, Alberti, y el mismísimo Martín Rodríguez— si bien reconocidos personajes de la historia argentina, sugieren una elección que responde también a un “criterio adjudicado que tiene que ver o con el lustre para el país, o con determinado tipo de victorias”. En otras palabras, la restauración no solo limpia las superficies de las estatuas, sino que “se está escribiendo la historia”, poniendo un “resaltador a ciertos renglones del libro de historia”, como tan elocuentemente observa Sotile.

El equipo de restauración del cementerio existe desde 2002, y si bien es cierto que se han incorporado técnicas nuevas, la narrativa que envuelve el renacer de estos trabajos sugiere ser un acto más complejo que solo la conservación estática de arte funerario. Refleja la lucha por preservar y comunicar una versión de la historia argentina que se alinea frecuentemente con los intereses y narrativas más amplias del poder. Tal insistencia en la continuidad de tales figuras confirma que siempre hay “algo que es una persona, son acciones, momentos históricos” que se eligen para ser más visibles en el paisaje de nuestra memoria nacional.

Especial mención merece también la discusión sobre quién tiene acceso y podría decidir qué se restaura. Sotile apunta que algunas bóvedas son Monumento Histórico Nacional, y estas serán las “primeras en ser restauradas, entre las cuales figuran nombres que son expuestos al escrutinio del poder y preservación por razones que trascienden la mera calidad artística”. La evocación de la tumba de Evita, no enlistada como Monumento Histórico Nacional, trae a la discusión la complejidad de percepción histórica y política que gobierna tales espacios.

Cristina Sotile reflexiona sobre la necesidad de observar “cuando se restaura algo, cuando se repara algo, ¿qué es? ¿Por qué? ¿Qué nos significa?” Estas preguntas fundamentales se enredan con la noción del “acto tan… puede parecer fútil, puede parecer hasta… bueno, sí, están limpiando las estatuas” pero que, en la práctica, ejerce control sobre cuál relato de la historia prevalece.

En definitiva, esta restauración es más que una intervención técnica sobre el patrimonio escultórico; representa una intervención en el tejido cultural e ideológico del país. A través de la restauración y preservación de ciertos monumentos, se conserva una narrativa que debe ser cuidadosamente estudiada y entendida como parte de un proceso más amplio que envuelve poder, política, e identidad cultural. Como señala Sotile, “las obras escultóricas que vamos a restaurar son de Lola Mora, de Pugia, de Bigatti”, confirmando la preferencia y selección de figuras inscritas dentro de una narrativa dominante.

Así, el cementerio de la Recoleta, mucho más que un lugar de descanso final, se reafirma como un nodo crucial donde líneas de historia, identidad y cultura se encuentran y, a veces, chocan, dándonos una imagen clara de las contradicciones y continuidades que habitan nuestro pasado y que configuran nuestro presente.