Una ola de calor asfixiante se ha instalado sobre Capital Federal y el Gran Buenos Aires, intensificando una problemática que parece no encontrar solución: los cortes de luz. En este momento, son casi 40.000 personas las que se encuentran sin suministro eléctrico. Entre los afectados, cerca de 6.000 son clientes de la empresa Ebenor y un número mucho mayor, alrededor de 35.000, forman parte del servicio de Ebesur. Es una situación crítica que nos recuerda que, durante el fin de semana, la cifra de usuarios afectados alcanzó los 200.000. No es un caso aislado. Al contrario, es un reflejo de una crisis energética que se repite cada verano, dejando a miles de personas a merced de las altas temperaturas.
Una vecina comparte su experiencia personal, además de reflejar la angustia colectiva que se esparce en las diferentes comunidades afectadas. “Estamos sin luz desde la noche, de las 12 por ahí”, comenta, subrayando que la situación se ha vuelto insostenible para muchos residentes, especialmente para aquellos que dependen de equipos médicos en casa. “Son unas personas grandes que están haciendo los diálisis en su casa, y el problema es que lo están tratando más y más”. La falta de electricidad no solo deja a las personas sin luz, sino que también resulta en la pérdida de otros servicios básicos, como el suministro de agua, lo que complica aún más la vida diaria en una metrópoli ya de por sí congestionada.
Este ciclo de interrupciones genera un constante déjà vu entre quienes ya se han acostumbrado a enfrentar estos inconvenientes año tras año. “El año pasado pasó lo mismo”, dice otra residente de la zona, agregando que, en ese entonces, la empresa eléctrica colocó un generador como una solución temporal. Ella, como muchos otros, todavía se beneficia de una tarifa reducida, una medida que tomó la empresa en respuesta a los cortes masivos del año pasado. Sin embargo, la nube de incertidumbre persiste, recordándole que “ahora de vuelta no tenemos luz, entonces es como siempre lo mismo”.
En la zona de Fin Campeador, la situación es particularmente grave. Allí, la ausencia de electricidad desde la medianoche se ha extendido durante todo el fin de semana, afectando no solo a los hogares sino también al funcionamiento de pequeños comercios que forman el tejido económico básico de la ciudad. La resiliencia de los vecinos choca contra la realidad de una infraestructura eléctrica que no da abasto y que, año tras año, se convierte en la protagonista de la temporada estival argentina.
La sensación de impotencia es palpable entre los ciudadanos, puesto que cada verano trae consigo la amenaza de repetirse la misma crisis, sin que las autoridades o las empresas responsables brinden una solución definitiva. “Estamos sin luz, sin agua, peor todavía”, expresan, revelando que muchas personas ya no saben a quién recurrir o cómo proceder, viviendo en un estado de desgaste emocional y físico.
La cuestión no se limita a un simple problema de confort; es un reflejo de una infraestructura que necesita urgentemente ser modernizada para hacer frente a un clima cada vez más extremo. Los cortes de energía no solo afectan la rutina diaria, sino que también implican riesgos para la salud y seguridad de los habitantes. La falta de previsión adecuada y una respuesta insuficiente por parte de las empresas eléctricas han ampliado la brecha de confianza entre los ciudadanos y los entes encargados de proveer servicios básicos esenciales.
El contexto actual exige una mirada atenta y comprensiva a las experiencias de los afectados. Cada historia, cada apagón, es un recordatorio de la urgencia de implementar estrategias eficientes para evitar que esta escena se repita una y otra vez sin solución visible. Las altas temperaturas seguirán siendo un desafío, pero la responsabilidad recae en poder adaptar el sistema para mitigar las interrupciones y asegurar la continuidad del suministro.
La comunidad espera acciones concretas, no solo paliativos que funcionan brevemente antes de que el ciclo se reinicie. Las tensiones energéticas y el impacto directo en la vida de los ciudadanos no deben ser ignorados o minimizados. Así como las temperaturas continúan aumentando, también lo hacen las demandas de los habitantes que claman por estabilidad en un escenario cada vez más incierto. Las esperanzas están puestas en que las autoridades finalmente comprometan los recursos y la voluntad política necesarios para abordar esta problemática de una manera estructural y sostenible.