El surgimiento de la fábrica llamada Leble ha dejado en claro que “en el marco de la pandemia se pudieron hacer distintas cosas, y las empresas, muchas empresas, aprovecharon la volada e hicieron negocio”. Sin embargo, estos negocios no siempre tuvieron en cuenta el impacto social y ambiental que podrían acarrear.
El barrio de Colegiales, como muchas otras zonas en Buenos Aires, ha sido testigo de una creciente transformación en su dinámica urbana, una dinámica en la cual se han visto impulsados distintos polos gastronómicos y desarrollos comerciales. “Un barrio de casas bajas, inclusive, de repente, se empiezan a agrupar distintos bares, distintos emprendimientos gastronómicos de distinto porte, y convierten una zona de barrio en una zona de salida gastronómica, comercial.” Este fenómeno, a menudo respaldado por políticas laxas o posibles omisiones de las administraciones locales, ha dejado a los vecinos en pie de lucha, recurriendo a la justicia para intentar recuperar la paz perdida.
Es así como los habitantes de Colegiales, cansados de los ruidos continuos, la logística constante que implica la llegada de materias primas y la retirada de mercancías y residuos, han decidido organizarse en búsqueda de una solución. Uno de los opositores más activos señaló: “un malestar en los vecinos y vecinas, que los ha llevado a organizarse, a llevar adelante acciones, por ahora, judiciales.”
En este contexto de quejas, la justicia invitó a la fábrica a retirarse del barrio. El propietario de Leble dio un paso hacia delante y, según los testimonios, accedió a la mudanza. Sin embargo, el tiempo avanza sin que se concrete este traslado, alimentando el descontento de los vecinos, quienes ven este incumplimiento como otra afrenta a su calidad de vida.
El problema de la fábrica es solo uno de los ejemplos de lo que ocurre en muchos barrios de Buenos Aires. Polos gastronómicos han transformado paisajes urbanos, extendiendo sus actividades más allá de las horas tradicionales, acompañadas de música, tráfico de clientes y, lamentablemente, basura y desechos. Los porteños en Devoto, San Telmo, Parque Patricios, entre otros, enfrentan diariamente los desafíos de vivir en zonas residenciales que se convierten en mercados comerciales bulliciosos. La realidad es que “todo tiempo un trajinar de gente y el tema de la contaminación, no solo sonora, sino también la contaminación con basura,” perturban el día a día de quienes residen en estos sitios.
Ante este escenario, es inevitable hablar sobre el papel de las autoridades. La mencionada tolerancia, o aunque fuera a regañadientes, aceptación de situaciones como las descritas, despierta preguntas sobre las prioridades del gobierno. Mientras las calles se llenan de ruido y basura, se evocan discursos de seguridad y control, muchas veces simbolizados por un incremento en la presencia policial. Sin embargo, esta “respuesta de presencia policial ante la problemática de la inseguridad en una ciudad que está saturada, casi casi militarizada” no parece detener ni resolver las verdaderas inseguridades que afligen a sus habitantes.
El fenómeno en Colegiales resulta ser un llamado a la reflexión sobre la convivencia urbana y sobre cuál es el precio de la modernidad mal ejecutada. No se trata de obviar el progreso ni de renunciar a la innovación, sino más bien de encontrar un equilibrio que permita la coexistencia armónica de intereses comerciales y la vida residencial. Porque así como los bares y comercios buscan un lugar en la alborotada urbe, los vecinos también tienen derecho a reclamar “algo que no debería suceder.”
La controversia de esta nueva fábrica en Colegiales es solo otro episodio en la larga lista de disputas entre el desarrollo urbano y el derecho al descanso de los ciudadanos. Y mientras se desafían las responsabilidades y las exigencias judiciales no son cumplidas, la ciudad se enfrenta a un dilema: ¿qué se prioriza, el negocio o el bienestar comunitario? Mientras tanto, para los vecinos de Colegiales, el ruido sigue siendo su eterna compañía nocturna.