En este contexto, se destaca la figura del secretario de Educación de la provincia, quien ha criticado el contenido del libro en cuestión al señalar que “menciona el nombre vulgar del miembro masculino”. Este tipo de críticas han reavivado el debate sobre qué es considerado aceptable o no en los libros de texto escolares. Sin embargo, esta situación va más allá de una simple palabra o expresión, y pone en cuestión las prioridades de quienes deberían velar por el bienestar integral de los niños y jóvenes.
El libro en cuestión es “Cometierra” de Dolores Reyes, acusado de contener lenguaje inadecuado por parte de la Fundación Natalia Morelli, una organización que aboga por una visión más conservadora de la educación. La fundación, conocida por su enfoque ultracatólico y de derecha política, se escandalizó al encontrar ciertas expresiones que consideraron aberrantes. En respuesta, el secretario de educación se ha unido a las críticas, lo que ha llevado a una serie de reacciones dentro del espectro cultural y educativo.
Este tipo de polémicas desvelan un problema más amplio: la censura y las restricciones que se quieren imponer sobre la libertad de lectura y expresión. En palabras de un analista, “si a vos te prohíben leer… hay cosas que no percibís. Hay cosas que uno comprende… a través de la lectura”. Aquí radica un riesgo mayor: restringir el acceso a ciertos textos podría limitar el desarrollo crítico y cognitivo de los estudiantes, impidiéndoles tener un panorama amplio y variado de conocimiento y pensamiento.
Este desafío a la libertad literaria no es nuevo. La censura ha existido desde hace siglos y frecuentemente ha intentado silenciar voces y obras que no se ajustan a ciertos estándares preestablecidos por instituciones de poder. “¿También habría que prohibir la Biblia, pregunto yo?”, se cuestionó un orador. También se mencionan a autores reconocidos como García Márquez, Gudiño Kiefer, Neruda y Cortázar, quienes en su tiempo fueron censurados, sus obras prohibidas y perseguidas, a menudo debido a contenidos que exponían realidades incómodas o invitaban al lector a pensar de manera independiente.
Lo paradójico de estas restricciones es que, como historia bien documentada, las prohibiciones a menudo generan un efecto contrario al deseado: despiertan aún más interés en el objeto prohibido. Así lo ejemplifica el caso de “Bomarzo” de Mujica Lainez, que ganó popularidad rápidamente después de ser proscrito. Este fenómeno de resistencia captura un deseo inherente del ser humano de desafiar la autoridad cuando se siente injusta.
En vista de los recientes incidentes, surge la pregunta: ¿en qué punto de Fahrenheit 451 —la famosa obra de Ray Bradbury sobre una sociedad donde los libros están prohibidos— nos encontramos? En el cuento, los libros se queman para evitar que las personas piensen libremente, y los personajes terminan aprendiendo libros completos de memoria para mantener viva la literatura. La situación actual refleja el temor de que con los esfuerzos por controlar qué se lee, se genera una especie de autocensura que podría llevar a una pérdida significativa de diversidad cultural y cognitiva.
Aun con el miedo subyacente a retroceder a épocas más oscuras, todavía emerge cierta esperanza. Los esfuerzos espontáneos de resistencia social pueden mantener viva la llama de la libertad de expresión. “La censura es un hecho violento siempre”, se afirma, porque va en contra del principio básico del pensamiento libre. Es este tipo de violencia, muchas veces encubierta bajo la premisa de protección y bienestar, lo que necesita ser combatido con conocimiento y apertura al diálogo.
“El único riesgo que se corre al leer es que se amplíen los horizontes de pensamiento”, decía un observador del caso. Y es precisamente esta expansión del horizonte lo que podría molestar a algunos sectores que prefieren mantener un control estricto sobre la educación y, por ende, sobre los ciudadanos del futuro. La lectura, más allá de ser un simple placer o una herramienta educativa, se convierte en un acto político y de resistencia, un medio para cuestionar el statu quo y forjar una sociedad más inclusiva y consciente.
En conclusión, la censura no es una simple cuestión de palabras inapropiadas o temas sensibles. Se trata de un tema más extenso, relacionado con el control del pensamiento y la forma en que comprendemos el mundo. En la provincia de Buenos Aires, al igual que en otros lugares, esta controversia es un recordatorio poderoso de que la libertad, como cualquier otra cosa, necesita ser defendida constantemente. Como evidencia este caso, la resistencia todavía encuentra caminos, desafiando la censura y abriendo espacio para voces que quizás de otro modo serán silenciadas.