La marcha del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, dejó una notable huella con su resonante participación en todas las provincias argentinas. Clarisa Gambera describe el evento como una “marcha enorme, una marcha que fue replicada en todas las provincias, una marcha tremendamente silenciada”, una demostración de la fuerza y unión de las mujeres y sus aliados a pesar de la falta de cobertura mediática. Este evento no solo reunió a mujeres, sino que también involucró a hombres en una convocatoria que buscaba continuidad a las demandas ya planteadas en manifestaciones anteriores. “Volvió a esticular un montón de demandas”, comenta Gambera, poniendo especial énfasis en las relacionadas con el trabajo y las desigualdades sistemáticas que enfrentan las mujeres y diversidades sexuales.
Sin embargo, la jornada no escapó a las controversias políticas que caracterizan al actual gobierno. Gambera señala que el presidente de Argentina, Javier Milei, sigue desestimando la realidad con sus opiniones y discursos, catalogados por ella como “violencia de decir que las brechas no existen”. Esta negación de las desigualdades de género resuena de forma ominosa en un país donde, cada 27 horas, una mujer es asesinada por motivos de género. “Por suerte y por la alegría de todos y todas, cada vez llega más gente”, expresa Gambera respecto al rechazo que estas posturas provocan, fortaleciendo un movimiento que, a pesar de las amenazas, sigue demostrando su vigor en las calles.
Una de las mayores preocupaciones expresadas por Gambera es la narrativa peligrosa empleada por el presidente que incluso llegó a negar la disminución de femicidios. En sus palabras, “cuando una mujer percibe la posibilidad de pedir ayuda, termina en femicidio”. Este punto subraya la preocupante falta de políticas públicas efectivas para prevenir y asistir en situaciones de violencia de género, en un contexto donde las denuncias han disminuido debido a la desconfianza en la acción estatal.
Gambera también menciona un tipo de “autobombo, medio como totalitario” que percibe en los mensajes oficiales, lo que ella describe como un esfuerzo concertado para deformar la realidad. La disputa se extiende a niveles provinciales, con ejemplos como “trabajadores municipales tapando pintadas, arreglando cosas”, presentados en spots oficiales que parecen olvidarse de las verdaderas necesidades sociales. En suma, “un contexto muy peligroso”. Esta combinación de autoritarismo y manipulación mediática forma un cóctel preocupante para quienes buscan salvaguardar y avanzar en derechos humanos y de género.
El panorama que Gambera traza, especialmente en términos de la capacidad del Estado para proteger a las ciudades de los embates naturales y sociales, no es alentador. Se refiere críticamente a las políticas de Milei y su administración, afirmando que busca un país “en el que sobramos casi todas las personas”, un ideal que deja a muchos ciudadanos expuestos y vulnerables.
Sin embargo, a pesar de estas críticas, Gambera ve luces de esperanza en la organización social. Afirma que hay un esfuerzo colectivo por tramar “unidades novedosas, diversas, y plurales”, un movimiento desde las bases hacia la dirigencia, capaz de generar un cambio real. “Un país donde todas y todos tengan derechos”, es su esperanza, un futuro que requiere resistencia activa y organización estratégica.
Aun en momentos de incertidumbre y retrocesos, la fuerza de la movilización social y la cohesión dentro de los grupos luchadores por los derechos se torna más vital que nunca. Clarisa Gambera sugiere que es esta unidad y determinación la que finalmente podrá “obligar a los que están con dudas a acomodarse, porque la Argentina está muy mal”, instando a que es hora de decir basta y demarcar líneas claras para proteger la democracia y la equidad social.
Clarisa Gambera concluye con una nota positiva sobre la continuidad de la lucha y la organización: “hay un montón de sindicatos que van a estar perteneciendo a todas las centrales obreras”, remarcando el dinamismo del escenario actual y la potencialidad de las alianzas estratégicas. En medio del descontento y la retórica divisiva, es esta red de unidad y solidaridad la que promete dibujar un camino hacia adelante. A través de una práctica de diversidad y colaboración, la movilización social seguirá escribiendo su historia en las calles de Argentina, en un Congreso que vea al pueblo de pie, reclamando y protegiendo sus derechos.