Sotile, contextualizando desde la crudeza inherente del término, indica que la necropolítica “representa exactamente lo que quiere decir”. En esta charla, vinculó las teorías del académico Achille Mbembe, autor del artículo marco sobre el tema, con ejemplos presentes en nuestro entorno, puntualizando cómo estas nociones abstractas cobran vida en la cotidianidad.
En sus palabras, la necropolítica puede entenderse como “el uso de la aplicación de la muerte como variable de ajuste”, ya sea a nivel social, económico o de disciplinamiento. El concepto propone un análisis perturbador de cómo ciertos regímenes o sistemas políticos emplean la violencia o la amenaza de muerte de manera sistemática para mantener el control sobre la población. Esta estrategia refleja la brutal planificación del Estado nazi, que imbuyó sus políticas en el racismo, llevando a cabo una “planificación cuyo objetivo era el aniquilamiento del enemigo”. Esta definición abarca desde diferencias de pensamiento hasta características culturales o religiosas, describiendo un estado mortífero que “adjudica la vida y la muerte a discreción”.
La visión de Mbembe sobre un Estado mortífero no se refiere meramente al ejercicio explícito de la violencia, sino a una estructura que, en su núcleo, es racista, mortífera y suicida. Sotile explicó que un Estado así “termina devorándose a sí mismo”, al erosionar las redes de convivencia y las normas sociales, culminando en un colapso estructural. La distribución de estos valores viene acompañada por una supresión visible de los derechos humanos, cada vez más vistos como “privilegios o cosas extrañas”. Irónicamente, estos derechos provienen de las mismas raíces del naciente Estado-nación que intentaba proteger a los ciudadanos del absolutismo monárquico, explica ella, refiriéndose al histórico documento de la Revolución Francesa de 1789.
Pero, ¿cómo se refleja esto en nuestro país? Sotile no dejó de mencionar que las prácticas de fuerzas de seguridad, como la gendarmería, evocan recuerdos oscuros de regímenes autoritarios pasados. La capacidad asignada a estas fuerzas para ejecutar acciones, desde allanamientos sin orden judicial hasta detenciones arbitrarias, resuena con las prácticas de una era de represión severa y “a mí me hace acordar a las épocas de la dictadura, donde el temor a ser detenido arbitrariamente era constante”, confiesa Sotile, evidenciando su preocupación por cómo estos patrones autoritarios reaparecen bajo el manto de la necropolítica.
Esta línea política se extiende a la desatención de las infraestructuras básicas por parte del Estado, como la obsolescencia de Servicios de Vialidad Nacional. Este abandono implica que “no hay nadie que arregle las rutas”, exponiendo a la población a peligros constantes en su vida diaria. Como argumenta Sotile, sin estas infraestructuras críticas, las probabilidades de “riesgos para la vida en cualquier ruta que se transite” incrementan, en un claro ejemplo de las consecuencias letales de dejar caer funciones estatales esenciales.
La esfera de la salud tampoco permanece intacta bajo esta lógica necropolítica. Sotile destacó cómo el desmantelamiento de instituciones como el Hospital Garrahan conduce inevitablemente a “más enfermedad, menos prevención, más muerte”. Señala con preocupación que esta elección política de desatención es “asombrosa” y parte de un proceso de aprendizaje humano que “lamentablemente, el ser humano aprende de la mala manera”. Es una observación que invita a una reflexión más profunda acerca de las demandas sociales a nivel nacional, pues “con todo a la vista, con esta destrucción”, es imperativo que la sociedad aprenda de los errores pasados.
Llegamos a este punto preguntándonos, tal como Sotile, “¿por qué elegimos como pueblo esta, la necropolítica, como la forma?” Es una cuestión que no solo se centra en el pasado o el presente, sino también en las proyecciones de un futuro social. La respuesta puede no ser sencilla, pero exige una mirada introspectiva a las dinámicas políticas y sociales que hemos favorecido. Con la finalización de los superpoderes y una “suelta de decretos infernal”, el momento se torna propicio para considerar, analizar y prevenir el avance de políticas que, en última instancia, amenazan el tejido mismo de nuestra sociedad.
El llamado de Sotile es claro: “es hora de analizarlo”, reconocer y discutir abiertamente sobre las tendencias de necropolítica que podrían estar afectando a la ciudadanía sin que esta lo perciba. Como seres sociales inmersos en el flujo constante del acontecer político, es nuestro deber reflexionar sobre las decisiones gubernamentales y cómo estas impactan en la vida de cada uno de nosotros, pues incluso las acciones más pequeños e intangibles pueden tener casos devastadores si permanecemos en el temor y la inconsciencia.
En conclusión, la necropolítica, tal como se presenta en nuestro entorno, es un fenómeno complejo, arraigado tanto a nivel institucional como individual. La comprensión de sus mecanismos y destructiva influencia es crucial para plantear opciones alternativas y sostenibles de convivencia social y política. A medida que avanzamos, la elección de un futuro más saludable, justo y equitativo dependerá de cómo enfrentemos y desmantelemos estas estructuras de poder malignas que se infiltran en tantos aspectos de la vida pública y privada. La invitación está hecha: para prevenir que esta cruenta forma de control siga su curso, debemos estar alerta, informados y dispuestos a actuar.