En el contexto actual, es imperativo entender ciertos términos que definen prácticas estatales que afectan directamente la vida de las personas. Cristina Sotile retoma el concepto de necropolítica, acuñado por el filósofo Achille Mbembe, para referirse a las “políticas de Estado que utilizan la muerte como una de las variables de ajuste”. Este concepto no solo es una teoría abstracta, sino que tiene implicaciones profundamente reales y palpables, especialmente en ciudades como Buenos Aires.
La raíz del problema, señala Sotile, se encuentra en un neoliberalismo extremo que ha ido creciendo desde los tiempos de Margaret Thatcher. Esta doctrina económica parece estar dominada por lo que ella describe como el “síndrome Manolito”, donde “los pocos personajes del mundo, que cada vez son más ricos, en comparación con el resto del mundo, que cada vez es más pobre”, perpetúan un ciclo de acumulación sin fin, en detrimento del bienestar general.
Sotile no se detiene en las abstracciones y ofrece ejemplos concretos de cómo estas prácticas se manifiestan hoy. Uno de los casos más visibles es la reciente masacre de Gaza, que según ella representa “una obscenidad a nivel ser humano”. Este evento simboliza cómo la violencia y la muerte se han convertido en herramientas aceptadas para alcanzar objetivos políticos o económicos.
Dentro de este marco, la necropolítica no solo se presenta en actos extremos de guerra, sino también en políticas internas que menoscaban la calidad de vida de las personas. Sotile asegura que “el retiro de los medicamentos a los jubilados en muchos casos acorta la vida, o está destinada a acortar la vida”. Una declaración escalofriante que expone cómo, incluso en tiempos de paz relativa, las decisiones políticas pueden tener consecuencias mortales.
La cuestión de la vulnerabilidad se extiende a otros ámbitos críticos. Sotile destaca cómo “el ataque va contra todo el sistema de salud”, resultando en “precarización”, lo que lleva a incrementos en las tasas de mortalidad debido a enfermedades tratables si no se proporciona la atención adecuada. La escasez de medicamentos, la reducción de la capacidad hospitalaria y la falta de financiamiento para el sistema de salud afectan directamente la esperanza de vida de los ciudadanos.
El impacto de la necropolítica, sin embargo, no termina en la salud y prosigue su alcance hacia la infraestructura vital. Sotile advierte que la desaparición de instituciones como Vialidad Nacional tendría consecuencias devastadoras: “No podemos salir más de casa”, debido al abandono de las rutas, afectando tanto a los ciudadanos comunes como a los sectores productivos que dependen del transporte para sus operaciones diarias.
En un país cuya economía tiene una base fuerte en la agroindustria, la desarticulación del INTA y la centralización de sus funciones en una “pequeña mesa” representan un golpe directo a este sector crítico. Sotile menciona la protesta de la Federación Agraria no solo por la exclusión, sino también por “el abandono de las rutas” que impide el traslado de producción agrícola vital.
A estos problemas se suma la desregulación efectiva del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), lo que, según Sotile, significa que “a partir de este momento, ya no estamos seguros, ni arriba de un avión, ni arriba de un micro, ni arriba de un colectivo, ni usando un teléfono”. La falta de control en la importación de aparatos supone riesgos considerables para la seguridad de los consumidores.
Estas políticas no solo afectan a sectores específicos, sino que se infiltraron en el tejido social de la ciudad de Buenos Aires. Sotile hace referencia al tratamiento deplorable de personas en situación de calle, que han sido víctimas de prácticas inhumanas. Señala que estos actos, aunque no siempre directamente letales, sí pueden tener resultados mortales, y ejemplifica cómo algunos han muerto en condiciones climáticas extremas tras ser mojados por grupos de tareas del gobierno local.
En última instancia, Sotile invita a la reflexión sobre cómo estas políticas se planifican y ejecutan. “Esto no sucede por casualidad, ni es una catástrofe de la naturaleza”, afirma, subrayando que existe una agenda detrás de estas prácticas. Los cambios no llegan por golpes de estado abiertos, sino a través de la manipulación de la opinión pública por medio de las redes sociales y los medios masivos de comunicación, convenciendo a las personas de apoyar, muchas veces sin darse cuenta, políticas que erosionan sus propias comunidades.
Al cerrar su reflexión, Sotile sugiere revisar la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano de 1789, documento que sentó las bases de las constituciones modernas y que contrasta drásticamente con las políticas actuales. Nos insta a recordar el humanismo de esa época y a cuestionarnos dónde hemos fallado. La situación actual exige que revaloremos términos como el bien común, y nos obliga a evaluar, conscientemente, el tipo de sociedad que deseamos construir y mantener. Su llamado no es solo a la conciencia individual, sino a una acción colectiva en busca de un futuro más equitativo y humano.