La controversia surge a raíz de un proyecto que comenzó en octubre del año pasado y que se encontraba en plena ejecución. Las obras de extensión del Metrobús, que atraviesan la avenida Paseo Colón, entre las avenidas Independencia y Brasil, han desplazado a “grandes y añosos fresnos, jacarandás, plátanos y eucaliptus”. Este sacrificio verde ha sido justificado por el gobierno local como necesario para facilitar el flujo del transporte público. Sin embargo, ha suscitado críticas feroces que apuntan a un “falso progreso” mostrado como una “alternativa verde”, pero que en la práctica se limita a crear “carriles exclusivos para colectivos”.
Las protestas de los vecinos y organizaciones ambientalistas han resaltado una verdad innegable: “sin árboles no hay vida”. Esta afirmación, que parece extraída de un manual de primaria, nos recuerda que los árboles cumplen funciones vitales en nuestras ciudades, desde la conversión de dióxido de carbono en oxígeno hasta la moderación de temperaturas extremas que comienzan a ser la norma en las zonas urbanas por culpa del cambio climático. Pese a estos beneficios, se optó por “arrasar” con árboles que llevaban mucho tiempo, algunos desde hace “50, 70 años”, mientras otros se habían plantado más recientemente, con el pretexto de facilitar el transporte público.
El Metrobús, en su concepción ideal, estaba destinado a mejorar los tiempos y la calidad de los viajes de quienes usan el transporte público. En teoría, se propone una circulación más fluida que potencialmente reduciría las emisiones de gases contaminantes al disminuir el tiempo que los vehículos pasan en el tránsito. Sin embargo, lo que se afirma es que este no es el transporte que podría ser, ni tampoco la solución verde que prometía multiplicar sus beneficios ambientales.
Una crítica directa que emerge es la falta de innovación en los transportes que circulan por estos carriles exclusivos. “Debería exigirse que los coches que transitan por esas vías exclusivas fueran mínimamente combustionados por GNC […] Ni hablar si fueran motores híbridos […] y ya ni te digo si fueran totalmente eléctricos”. Sugerencias que, de aplicarse, realmente convertirían al Metrobús en una alternativa sostenible en términos medioambientales. Lamentablemente, al carecer de estas características, el sistema termina siendo una obra visible, pero no una solución integral al problema del transporte en las urbes modernas.
El tema se agrava ante la percepción de que las obras responden a intereses más bien monetarios que a auténticos valores ecológicos. Para muchos, el gobierno de la ciudad parece concentrarse en maximizar el rendimiento económico, viendo en todo “divisas, guita, caja, billuya, plata”, en detrimento de los verdaderos bienes comunes que implican áreas verdes y sanas. La confusión de valores podría causar que, en un futuro cercano, se enfrenten a problemas más graves derivados de la falta de verde urbano, problemas que no pueden simplemente resolverse con sonrisas o palabras amables del liderazgo político.
El descontento ha motivado una manifestación planeada por organizaciones comunitarias para rechazar la tala. En un acto de protesta, los ciudadanos se reunirán con la consigna de que “las extracciones no eran necesarias” y alertando sobre el “perjuicio ambiental” ya presente por la pérdida de estos árboles.
Este acontecimiento no es aislado ni excepcional, sino un reflejo de un patrón de decisiones que priorizan la urbanización desmedida sobre el bienestar ambiental. La creciente desconexión entre las promesas políticas y la realidad diaria de la gestión ambiental urbana es evidente, y más aún cuando se sacrifica un pedazo del ya reducido pulmón verde de una ciudad altamente poblada y contaminada.
Los árboles, esos que convierten el dióxido de carbono en oxígeno y que vivieron durante décadas en la avenida Paseo Colón, ya no están. En su lugar, permanecen los argumentos políticos por progreso y necesidades urbanas, cada vez más huecos a la luz de un sol que calienta sin mayor mitigación natural. La lección aquí es clara: el progreso no debe venir al costo del único hogar en el que cohabitamos, y un desarrollo sin sostenibilidad no es progreso, es simplemente un mal negocio a largo plazo.
La tala de estos árboles nos enfrenta a la pregunta esencial de cómo se valora el crecimiento urbano frente a la preservación del medio ambiente. Un aspecto crucial que la narrativa política enarbolará como inevitable es, en realidad, una decisión que podría haberse evaluado mejor, comprendiendo así la importancia de un entorno equilibrado en una ciudad que debería aspirar a crecer sin comprometer su propia habitabilidad.