En la ciudad de Buenos Aires, donde la cultura intenta reflejarse en un "espejo europeo, quizás del norte, blanco y rubio", existe un vibrante contrapunto en las festividades populares que surgen con vigor cada febrero. Este es el mes del Carnaval, una celebración con profundas raíces culturales que, pese a ser tratada con escepticismo o como una molestia por parte de las autoridades locales, sigue siendo un latido potente en los corazones de quienes habitan la ciudad. En estos tiempos, las murgas porteñas, uno de los pilares de este festejo, enfrentan nuevamente el desafío de preservar su esencia bajo la mirada suspicaz de un gobierno que parece titubear entre el control y la promoción cultural.